Yo sostengo que no. Aunque pueden parecer similares porque ambos implican movimiento de personas y redes criminales, en realidad son delitos distintos y con impactos diferentes.
La trata de personas implica explotación: ya sea sexual, laboral, mendicidad forzada o tráfico de órganos. Las víctimas no siempre cruzan fronteras, y muchas veces no consienten lo que les ocurre. En cambio, el tráfico de migrantes es, generalmente, un acuerdo voluntario —aunque ilegal— entre el migrante y un traficante, con el objetivo de cruzar una frontera a cambio de dinero. En teoría, la relación termina una vez que llegan al destino.
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el 38% de las víctimas de trata detectadas en el mundo son explotadas sexualmente y el 39% laboralmente. Y muchas de estas personas nunca salieron de su país.
Un ejemplo claro ocurrió en México en 2023, donde una red criminal fue desmantelada por explotar a jóvenes mujeres indígenas en talleres textiles clandestinos. No hubo cruce de frontera ni tráfico internacional: fue trata de personas dentro del mismo país, con engaño, deuda forzada y condiciones infrahumanas.
Por eso insisto: el tráfico de migrantes rompe leyes migratorias. La trata de personas rompe vidas. No deben confundirse, porque al hacerlo, invisibilizamos a miles de víctimas que no cruzan fronteras, pero sí son explotadas cada día.